[vc_row][vc_column][vc_column_text]Hace 25 años, más un día, me fui a beber con algunos amigos, obvio en la noche. La neta es que sí recuerdo que fue raro, no sé, no me la pasé taaaan chido. Pero bueno, me fui a dormir. Todavía conservaba muchas de las costumbres de mi familia, católicas. Recuerdo que algo había pasado y estaba muy cansado y creo que fue la primera noche en casi toda mi vida, en que me dormí sin rezar.
Al día siguiente, me despertó un vecino, me decía cosas raras, era raro. Le mamaba el cine gore, hasta la fecha, es director de la carrera de cine de la Ibero. Me dijo algo de un Javier Ortega y de la morgue, obvio, la morgue de Puebla, me dijo que habían llamado y yo omití las coincidencias, lo primero en lo que pensé es que nadie le dice «morgue» en México y me hice pendejo. Un rato después, me marcó mi mamá, estaba muy contenta, habían pasado cosas chidas y la familia completa estaba pensando en mudarse a Puebla desde Cuernavaca, yo pensé «ya valió mi desmadre de borracho», me preguntó cómo estaba mi papá, porque se había ido la noche anterior a Puebla a verme. La neta, no era a verme a mí, pero sí, había viajado a Puebla.
Las ideas estuvieron jodidas toda la mañana y se lo conté a mi jefa de la beca, en ese momento, creo que a los 21, todavía era becario. Ella cambió su cara mientras le contaba y me dijo «ve a buscar», todavía no entendía. Salí por mi carro y en el camino me encontré a la que iba a ser, años después, la mamá de mis hijas. La noche anterior nos habíamos peleado y ella estaba con ganas de seguir el pleito. Le pedí que me acompañara, más o menos le dije, que iba a buscar a mi papá. Que tal vez ya era huérfano.
Fuimos a la Margarita, donde a veces se quedaba con un amigo del que ni siquiera recuerdo su nombre, pero de ahí fui a sacar unos meses antes un estéreo Keenwood que todavía sobrevive en casa de mi madre. Nadie abrió la puerta.
Por consejos de no recuerdo quién, nos enfilamos a la 11 sur, al panteón municipal de Puebla, «el del semefo», seguí sin escuchar la palabra «morgue».
¿Hacer la historia corta? El tiempo se me hizo eterno. Desde leer el nombre completo hasta entrar a las planchas.
No sentí casi nada, pero una neurona le dijo a la otra que tenía que hacer algo para no volverme loco. Grité, golpeé y pregunté. Le exigí explicaciones al viejito encargado del Semefo. No supo qué decir.
Siguió llamarle a mi madre, pero ella ya sabía. Un dolor ahorrado o sumado. De ahí, la espera, el viaje, el cigarro, la funeraria y los chingos de caras que nomás iban a hacer presencia. Dos canciones en mi mente y las ganas de sumergir mi cerebro en un litro de whisky. No me dejaron.
¿Hoy? No lo sé, tal vez, ya no duele, tal vez no me importa, tal vez esto se escribe completamente ebrio o completamente sobrio. No importa. Hace unos 20 minutos empecé a escribir y hace unos 5 a llorar. La realidad es que hoy, siendo más viejo de lo que él era cuando se largó, de vez en cuando, todavía le doy play al primer CD que vi en mi vida, y la voz de Waters sigue sonando igual, Wish you were here.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_video link=»https://www.youtube.com/watch?v=yqdoHPFW_5M» align=»center»][/vc_column][/vc_row]