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Haciéndole la parada al metro

Haciéndole la parada al metro

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Seamos netos. Hablando de la Ciudad de México y nosotros, la gente de provincia, es inevitable caer en estereotipos; por más que nos esforcemos en borrarlos, al visitarla solemos encontrarnos en situaciones que parecen confirmar todo lo que los llamados chilangos, dicen de nosotros. ¿Qué se le va a hacer? No queda más que reírnos y admitir que, para muchos, visitar el D.F. representa una auténtica aventura que denominaremos Huaraches en el asfalto. Una de las cosas más fascinantes al respecto es el servicio de transporte colectivo metro.

Aclaro, a pesar del título de este texto, casi nunca le he hecho la parada al metro. A todos nos queda claro que los vagones se detendrán en un punto específico, dejando generalmente la puerta lo más alejada de donde estamos nosotros parados, empezaremos a caminar rápidamente esperando que la amabilidad local nos permita subir sin empujarnos, patearnos, mordernos o… tocarnos el trasero.

Una vez adentro del vagón, nuestra actitud suele ser lo más cool del mundo, evitando hacer contacto visual con el resto de los pasajeros, por supuesto, y atentos a los maravillosos especímenes que la vendimia de vagón en vagón nos proporciona. A más de uno se nos ha ocurrido preguntar si, en lugar de los CDs de mp3, el cuate que se acaba de subir no nos podrá vender la mochila con bocinas que, suponemos, nos hará el alma de la fiesta móvil al regresar a nuestra ciudad.

La confusión da inicio al buscar el nombre de la estación en la que debemos bajar. Discretamente, para evitar ser notados como alguien que no usa el metro regularmente, trataremos de ubicar la estación de la que acabamos de salir, contar las que nos faltan para llegar a nuestro destino, averiguar en donde exactamente estamos dentro de ese mapa lineal y, claro, tratar de ver el nombre del lugar al que vamos llegando ya que nos dimos cuenta de que sería ilógico que todas las estaciones se llamaran «Información al usuario«.

Una vez superados los obstáculos entre nuestro asiento y el andén, arrancamos una loca carrera en dirección desconocida, siguiendo a la gente, esperando que ellos sepan mejor que nosotros en dónde está la salida. Una buena parte de las primeras veces terminaremos siguiéndolos exactamente a la salida que no deseábamos, en la banqueta extrema del lugar objetivo. En ese momento arranca una aventura más: cruzar una calle del D.F., pero de eso hablaremos en otra ocasión.

Tengo que dejar de escribir por un rato, a mi huarache se le pegó un chicle en las escaleras de la estación.

Comentarios y recriminaciones en la caja de facebook de acá abajo, justo después de uno de los grandes himnos al metro, de Chava Flores, en la voz de Óscar Chávez.

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